Ingleses y soviets: una historia de fútbol y amistad
Poco falta para que comience a rodar el balón en Rusia, sede de la Copa del Mundo de este 2018. Muchas son las historias que rodean a este maravilloso deporte, incluso más allá de lo meramente deportivo, y a propósito de la cercanía del evento deportivo más importante del año, quisiéramos compartir una aventura sucedida incluso antes de que se efectuara la primera de todas las 20 citas del orbe celebradas hasta ahora. Era el año 1927, cuando una escuadra integrada por jugadores ingleses fue invitada a visitar la Unión Soviética. Aquellos hombres, todos obreros vinculados a clubes londinenses, se autodenominaban el once de los Trabajadores Británicos.
A diferencia de la selección inglesa que viajará a Rusia, estos futbolistas no tenían para nada las mismas condiciones. Primero que todo, a un día de salir de viaje, hasta cuatro de ellos tuvieron que ser sustituidos, debido a que sus jefes se negaron a darles el permiso para ausentarse. Por si fuera poco, la oficina de pasaportes estuvo a punto de cancelar todos los planes a última hora.
Aquella gira tenía como objetivo fundamental efectuar un total de siete choques a lo largo de un mes de estadía en la nación de los soviets, en donde además de la capital Moscú, visitarían varias urbes importantes como San Petersburgo, Kiev y Járkov.
En esa época la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, nombre completo con el que se conocía a la URSS, pasaba por una situación complicada. A una década de la Revolución Bolchevique encabezada por Vladimir Lenin, el comunismo había pasado de ser teoría para convertirse en una experiencia práctica que se basaba en dar a la gente el poder sobre los medios de producción y sobre sus propias vidas. No obstante, tras la muerte de Lenin sucedida en 1924, y la posterior ascensión de Stalin al poder, el país entraría en un período en el que no obstante llegar a convertirse en una potencia mundial, el pueblo vivió con el miedo a la represión.
Para los ingleses todo aquello era un mundo nuevo, sobre todo porque jamás habían chocado con los “rusos” en toda su historia. George Sinfield, trabajador de una fábrica de pianos, y a la vez jugador y manager de aquel grupo, declararía luego que ellos no tenían ninguna idea de cómo jugaban los soviéticos.
Por su parte, los locales tenían a los ingleses en una nube, pensando estos formaban un equipo de élite, integrado por futbolistas que ellos creían miembros de clubes importantes como el Manchester United, el Tottenham Hotspurs o el Celtic escocés.
Tras la llegada de Sinfield y sus compañeros, quienes bajaron del barco en Moscú luego de tres días en altamar, fueron recibidos por una multitud de aficionados locales. Ese mismo ánimo seguiría en el partido de debut, que se realizó en la capital y que contó con alrededor de 30 mil personas presentes.
El primer resultado fue desastroso: un 0-11 en contra para los bretones, quienes fueron vencidos por un conjunto de sindicalistas moscovitas en una cancha que ellos calificaron como demasiado dura, a pesar del agradable clima. Además, Sinfield contaría más tarde que jugaron con una pelota más pequeña y con reglas poco ortodoxas para controlar y penalizar al arquero.
A continuación vendría el segundo partido, en donde un conjunto de trabajadores ferroviarios los “arrollaron” dos goles por seis. Luego, en San Petersburgo, entonces llamada Leningrado, cederían con un marcador más cerrado (0-1), e idéntico resultado tendrían en el partido que tuvo a Rostov como sede. Ya en tierra ucraniana, primero en Járkov caerían nuevamente con pizarra abultada (1-7), y luego en Kiev pasó algo parecido (2-6). Solo en el enfrentamiento de despedida, realizado en Moscú, Sinfield y los suyos lograron sacar una sonrisa, al vencer 2-1 a un grupo de expatriados húngaros.
Incluso con tan malos resultados deportivos, tras toda aquella experiencia los jugadores británicos dijeron haberse sentirse cómodos y felices. La hospitalidad de los soviéticos, además del conocimiento ganado en el sentido de los derechos humanos, incluida la jornada laboral de ocho horas, las vacaciones pagadas o la licencia de maternidad. No obstante, nunca se cumplió el sueño de Sinfield de recibir en Gran Bretaña a un equipo de sus colegas rusos. Pasarían 30 años para que ambas naciones volvieran a verse en una cancha de fútbol.