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miércoles, 13 de junio de 2018

La vejez que lleva a la dependencia

Por dianelysllorca

La dependencia suele asociarse en distintos espacios con la discapacidad como consecuencia directa de determinados contextos y situaciones sociales. Esto está dado en la medida que una persona necesita de asistencia y cuidados, no siendo capaz de valerse por sí misma. La incapacidad para realizar autónomamente actividades de la vida cotidiana, que caracteriza a la dependencia, tiene que ver con enfermedades o pérdida de capacidad funcional, corporal y mental. Dichas limitaciones traen consigo la necesidad de ser asistidas y aparecen asociadas en muchas ocasiones con la vejez. Te invito que a que conozcas con una mirada más crítica de la sociedad a la dependencia como un proceso asociado a la vejez.

La dependencia de los grupos poblacionales mayores de 60 años es un hecho que se agrava con el progresivo aumento de este estrato poblacional y el sobreenvejecimiento derivado del incremento del horizonte vital. Si bien este proceso es un logro social, también es cierto que es en esta población donde se produce la mayor probabilidad de sufrir pérdidas de capacidad física o psíquica y caer en un estado de dependencia.

La situación de dependencia incide en gran medida en la calidad de vida de la persona, mediada por una serie de factores económicos y culturales, que no solo afectan sus condiciones materiales, de salud y físicas, sino mental y emocional.

La definición de dependencia está fuertemente asociada a la capacidad funcional. La mayor parte de la instituciones y estudiosos de este tema coinciden en que la valoración funcional puede ser divida en básica e instrumental. La básica hace alusión a la posibilidad del adulto mayor de desplazarse por sus propios medios en su cuarto o casa, realizar actividades de la vida cotidiana como alimentarse, moverse de un lugar a otro en el hogar, bañarse o simplemente vestirse. La funcionalidad instrumental hace referencia a la realización de actividades de mayor complejidad como el uso del dinero, actividades laborales, conducir, cocinar, etc., necesarias para llevar adelante una vida independiente

Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la definición del Subgrupo de Trabajo sobre Adultos Mayores, existen distintos componentes vinculados a la dependencia pudiendo estar asociados a una situación de discapacidad o a problemas de fragilidad y vulnerabilidad. Estos implican dos tipos diferentes de limitaciones asociados a su vez con tipos distintos de cuidados. La primera son las dificultades para la realización de actividades básicas de la vida diaria (ABVD): son el conjunto de actividades primarias de la persona, encaminadas a su autocuidado, movilidad, a la capacidad de entender, ejecutar órdenes y tareas sencillas, que le dotan de autonomía e independencia elementales y que le permiten vivir sin precisar ayuda continua de otros. La segunda son las dificultades para la realización de actividades instrumentales de la vida diaria (AIVD): son actividades más complejas que las actividades básicas de la vida diaria, requieren un mayor nivel de autonomía personal (Subgrupo de Trabajo, 2011). Lo anterior está en correspondencia con la funcionabilidad básica e instrumental planteada anteriormente.

Para el Comité de Ministros del Consejo de Europa: la dependencia es “la necesidad de ayuda o asistencia importante para las actividades de la vida cotidiana” (…) “un estado en el que se encuentran las personas que por razones ligadas a la falta o pérdida de autonomía física, psíquica o intelectual, tienen necesidad de asistencia y/o ayudas importantes a fin de realizar los actos corrientes de la vida diaria.

En cualquier caso los estudios sobre el concepto de dependencia, así como la definición de la población dependiente se consideran diversos y complejos, sobre todo a la hora de clasificar la dependencia, ya que considerar a una persona como dependiente no solo implica una responsabilidad familiar, sino que es una responsabilidad social, política que imbrica planificación, ajustes presupuestarios y normas legales.

Si se integran las concepciones hasta aquí expuestas se podrá coincidir con el “Libro Blanco de la Dependencia” (IMSERSO 2005) (una de las fuentes más recurridas en la actualidad), al plantear que hay tres condiciones básicas que permiten hablar de la configuración de una situación de dependencia: la primera, la existencia de una limitación física o psíquica; la segunda la incapacidad de la persona de realizar por sí mismo las actividades básicas o instrumentales de la vida cotidiana y, la tercera, la necesidad de asistencia o cuidados por parte de un tercero.

La población dependiente así considerada desde las distintas miradas, incluyen a los niños/as, personas discapacitadas física, motora, o mental, adultos mayores, a personas con una determinada enfermedad ya sea de carácter psicológico o fisiológico, en fin que necesitan de forma continuada la ayuda de otros para realizar alguna o todas las necesidades básicas de su vida diaria. También la dependencia como concepto más amplio implica desde dependencia monetaria hasta afectiva, a una persona en específico o varias, etc.

En la literatura cuando se habla de dependencia hay que hacer referencia obligatoria a muchos de los instrumentos utilizados para medir el grado de dependencia o la dependencia en sí misma. Este es un tema que data de los años 60s, y que se ha venido retomando a lo largo del tiempo según las situaciones contextuales, demográficas, etc.

Para el análisis de la dependencia además de los diversos conceptos, existen índices para medirla que compendian lo ya expuesto. Por ejemplo está el índice de Katz y Barthel basado en las (ABVD) y la Escala de Lawton y Brody más relacionada con las (AIVD).

Entonces, la vejez y la dependencia están íntimamente relacionadas, en la medida que ésta aumenta en las cohortes de mayor edad, sobre todo a partir de los 80 años. La incapacidad para realizar autónomamente actividades de la vida cotidiana, que caracteriza a la dependencia tiene que ver con enfermedades o pérdida de capacidad funcional, corporal o mental, que se producen sobre todo en la edad avanzada. No solo se puede tener en cuenta como parte del proceso que lleva a una persona en convertirse en dependiente el aspecto propio de la edad biológica y cronológica, sino que el ambiente, las condiciones sociales, los estilos de vida, las posibilidades económicas, el desarrollo de una vida saludable contribuyen a que una persona pueda convertirse en dependiente incluso mucho antes de tener una edad avanzada.

Entonces como se ha ido mencionando, cuando una persona adulta mayor es considerada como dependiente, significa sin lugar a dudas que ésta necesita de cuidados. En la realización estas actividades se involucran actores como la familia, el Estado y el mercado (sector privado) donde cada uno cumple, según los contextos sociales, un rol determinado por patrones culturales, estructurales y políticos. Dichos roles se ven enmarcados por las definiciones de las políticas públicas de cuidado que establezcan los Estados.

Por lo tanto con estas nociones, se define a una persona adulta mayor dependiente como aquella de 60 años o más que no puede realizar sin ayuda de otra persona algunas actividades básicas y/o instrumentales de la vida diaria, por lo tanto necesitan de cuidados. Se entiende por tales, aquellas actividades que se han de realizar diariamente para poder vivir de forma autónoma, integrada en su entorno habitual y cumpliendo su rol social.